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Libano
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EL DESAROLLO DE LOS TALENTOS SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 50 Todo es milagro en la Iglesia, porque todo lo que constituye su vida viene de la gracia, y la gracia de Dios es lo único que es digno de ser …Más
EL DESAROLLO DE LOS TALENTOS SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 50

Todo es milagro en la Iglesia, porque todo lo que constituye su vida viene de la gracia, y la gracia de Dios es lo único que es digno de ser llamado "milagro". Pero todo es un milagro permanente. Ahora bien existen también en la Iglesia soplos más raros "milagros" en el sentido más común del término; cuanto más raros son, más lejos están de una expresión verbal: no se puede establecer una fórmula para tales milagros, porque toda fórmula expresa una repetición. Fuera de ciertos instantes particulares, en que los fieles permanecían en el Espíritu Santo o comenzaban a estarlo en conjunto (y toda la cuestión está aquí), una tal permanencia en el Espíritu no se ha convertido en un hecho corriente de la vida.

«El talento es la facultad espiritual, dada por Dios a cada hombre, de crear su propia persona; es “la imagen de Dios”. Con ella sucede lo mismo que con el capital, que crece por el esfuerzo que le es aplicado. Pero, igual que el acrecentamiento de un capital depende de la actividad desplegada por el propietario, de modo que sería vano entregarle a éste un capital del que no sacase provecho, lo mismo sucede con el crecimiento del alma: cada hombre posee su propio “tipo de crecimiento”; y, en conformidad con este “tipo”, cada uno recibe el capital espiritual apropiado. Según el desarrollo vital de la imagen de Dios que le incumbe, según su “tipo” de crecimiento y de prosperidad espirituales, cada uno recibe de Dios su talento: unos reciben uno, otros dos, otros cinco; “cada uno según su capacidad”, su fuerza (...), (Mt 25,15); por su don santo, Dios no quiere constreñir al hombre, ni colocar sobre sus espaldas “fardos pesados y difíciles de soportar” (Mt 23,4; Le 11,46)».

La imagen de Dios es dada a cada hombre según el “tipo” de crecimiento propio. La tarea de la conciencia será, como veremos más adelante, el descubrimiento del propio tipo personal y el crecimiento efectivo en conformidad con él. Porque se trata para la libertad, en un momento que es absolutamente primero, de asimilar la imagen divina, reconociendo que uno mismo no es el creador de su propio fundamento ontológico. Es la enseñanza de la parábola:

«El que había recibido cinco talentos adquiere otros cinco; el que había recibido dos, otros dos. ¿Qué significan estas palabras de la parábola? Si los talentos son la imagen de Dios, ¿cómo podría el hombre añadir algo a su ser “deiforme”, e incluso doblar la imagen de Dios, por su propia industria, por su esfuerzo creador? En el poder del hombre está, no el crearla, sino el asimilarla, lo mismo que la fuerza viviente del organismo no crea su alimento, sino que lo asimila».

Si el hombre no puede hacer crecer su propia persona en la medida en que ésta constituye un fundamento ontológico, puede, sin embargo, hacer propia la imagen de Dios de otras personas, por medio del amor. La calidad ontológica del amor, con la que abrimos la exposición de este capítulo, nos muestra ahora toda su hondura: «El hombre no hace crecer su persona, no tiene la dynamis para ello, pero adquiere un acrecentamiento apropiándose de la imagen de Dios de otras personas. El amor, tal es la dynamis por la que cada uno se enriquece y se acrecienta absorbiendo a otro. ¿De qué manera? Dándose a otro. El hombre recibe en la medida en que se entrega».

El amor como manifestación, en el espejo del otro, de la propia imagen divina, es un aspecto que Florenskij fundamentó en la gnoseología trinitaria, y que desarrollará en la exposición de la amistad, realización del amor. Nos fijamos ahora en el carácter fundante, respecto al ser de la persona, del amor.