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Libano
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EL CONFLICTO AFECTIVO SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 45 Se da un conflicto inevitable entre ambos principios, que se contraponen en una dialéctica semejante a la que San Pablo describe en la carta a los …Más
EL CONFLICTO AFECTIVO SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 45

Se da un conflicto inevitable entre ambos principios, que se contraponen en una dialéctica semejante a la que San Pablo describe en la carta a los Romanos entre la carne y la ley. El conflicto surge porque «lo impersonal pretende ponerse en el lugar de la persona, ya que no conoce a la persona en cuanto persona, no es capaz de comprender qué es una persona y qué no lo es». En la limitación y la mesura impuesta por el principio personal lo impersonal genérico no ve más que una lucha contra él. En el sentido lo impersonal ve sólo un principio contrario. No existen en él limitaciones internas. Es un principio heroico, no racional.
No es posible, sin embargo, como podría pretender la ley hipostática, aniquilar el principio titánico, porque se trata de la naturaleza misma del hombre, la fuente misma de su actividad, su potencialidad. «Con el principio titánico moriría verdaderamente el mismo hombre, quedando privado de la gracia de su potencialidad, que es su tesoro originario, de la creación y de la vida». De hecho, «lo titánico, en sí mismo, no es pecado, sino gracia. Es la potencia de la vida, es el mismo ser». Ciertamente, es lo que conduce al pecado, reconoce Florenskij, pero teniendo en cuenta que «también el bien es realizado por la misma fuerza elemental». Lo titánico es la potencia de toda actividad, del bien tanto como del mal. No se puede, y no se debe, aniquilar el principio de la potencia. ¿Qué hacer entonces? Florenskij invita a reconocer la dimensión más radical de este conflicto instaurado en la estructura misma del hombre. Seguramente, de todas las antinomias expuestas por nuestro autor, esta es la que más radicalmente afecta a la trama de la salvación.
El conflicto entre los dos principios es la raíz de toda tragedia, como han sabido ver los autores griegos. Con el principio titánico, en efecto, «está vinculado el concepto de la culpa trágica, porque ésta no es una culpa personal-hipostática, sino que sus fundamentos están en el género». La culpa, transmitida de padres a hijos, conduce a la persona a un destino contra el que no puede luchar. Reconocer la culpa fatídica significaría perdonar a la persona, para extender la culpa sobre los otros, el género, el pueblo, la humanidad misma. Pero esto no solucionaría el conflicto, porque la culpa radica en la potencia de la ousía, no transfigurada. En la lucha por la imaginaria culpa de la hipóstasis está la esencia de la tragedia: toda tragedia es el conflicto de los conceptos de ousía y de hipóstasis, de la culpa del ser y de la culpa personal. Pero este conflicto es irresoluble, y por eso la tragedia no tiene salida. Incluso si la persona reconociese como propia la culpa del propio pecado no habría salida, porque la consecuencia entonces sería la auto- aniquilación, y no sólo de una persona, sino de todo el género humano y de los fundamentos originarios de su ser. Florenskij muestra cómo el budismo, y con él de Shopenhauer y Hartmann, proponen precisamente esta salida: la aniquilación de la voluntad primigenia.
La solución no puede, pues, provenir de una aniquilación de la potencia ni de una destrucción de la persona. El equilibrio de la vida exige una síntesis de los dos principios, y esta síntesis, que transciende los términos racionales de cada principio en sí mismo, no puede ser más que espiritual.