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PRIMERA PARTE Juan Pablo II el Grande En la historia de la Iglesia y de la humanidad 1/4

PRIMERA PARTE DE CUATRO Juan Pablo II el Grande pasará a la historia de la Iglesia y de la humanidad por muchas y sobradas razones. Una de ellas, y no precisamente de escaso valor, es su condición de Papa del pueblo, de Papa de todos.

Y cuando en breves líneas la misma historia deba resumir y sintetizar sus cerca de veintisiete memorables años de ministerio apostólico calzando las sandalias del pescador de él se dirá, entre otras cosas, que despertó al catolicismo de una fe adormilada, cansada, acostumbrada y tantas veces sólo sociológica. Como nos recordaba el cardenal Joseph Ratzinger, en la homilía de su funeral, Juan Pablo II nos ha despertado a todos y nos ha llamado a todos -creyentes e increyentes, católicos y no católicos- a descubrir la necesidad de Jesucristo en nuestras vidas y abrirle de par en par las puertas de nuestro corazón y de nuestras vidas y a no tener miedo. El primer legado, pues, de Juan Pablo II es su interpelación a vivir una fe confesante, gozosa, militante, comprometida, irradiadora. Se trata, en definitiva, de una fe que es la fe de la Iglesia y no una selección a la carta de preceptos, de sentimientos y hasta de caprichos. Juan Pablo II nos deja también el impagable legado de la coherencia hasta el final, del seguimiento de Jesucristo y de su cruz hasta el mismo calvario, que no es sino el lugar del anticipo de la pascua. Seguir a Jesucristo no puede entonces una realidad acomodaticia, circunstancial u ocasional. Seguir a Jesucristo significa poner alma, vida y corazón hasta el final en la fidelidad de la vocación cristiana y de la vocación particular a la que el Señor, a través de la Iglesia, nos llama y nos capacita, seguros de que no hay dificultad ni prueba que no podamos superar en Aquel que nos conforta. El legado de Juan Pablo II lleva asimismo inscrita, con la fuerza de lo vital y de lo testimonial, la dimensión misionera de la fe. Es la misión "ad gentes", es la misión "ad intra", es la misión de evangelizar y de servir a los hombres de hoy con los medios e instrumentos de hoy. Y es que, a mi juicio, desde este principio, se entiende todavía mejor al Papa viajero y al Papa mediático, que ha sido, para gloria de Dios y salvación de las almas, Juan Pablo II. Karol Wojyla- Juan Pablo II el Grande, el Papa de nuestras vidas- nos lega igualmente un amor filial, tierno, maduro y apasionado por María, la Madre y de la Madre de Dios. Su "Totus tuus" fue una de las primeras palabras y mensajes que de él supimos. Su "Totus tuus" ha sido también palabra final en su testamento y en los primeros, en los segundos, en los penúltimos y en los últimos instantes de su vida. El legado de Juan Pablo II difícilmente, por fin, se entendería sin percibir como entendía él la relación entre la Iglesia y el hombre: "El hombre es el camino de la Iglesia" afirmó tantas veces. Y también podríamos decir ya que viceversa: "La Iglesia es el camino del hombre". Y de ahí, su amor y su servicio al hombre y a sus derechos inalienables -la vida, la paz, la libertad, la justicia, la reconciliación...-y su pasión por la Iglesia. Un legado así, tan rico, tan hermoso, tan inagotable, no se puede olvidar, ni obviar, ni prescindir. Queda para las presentes y futuras generaciones y queda como patrimonio- que nunca hipoteca- para su sucesor, que no será nunca una copia de Wojtyla, que será él mismo y, en definitiva, será un nuevo eslabón en la cadena de la sucesión apostólica petrina, que es eslabón y expresión de la alianza eterna de amor de Dios con la humanidad, mediante su Iglesia, sacramento universal de salvación, prolongación de Jesucristo, el único Redentor.