Ana Luisa M.R
66

HOY CELEBRAMOS 2 APARICIONES DE LA SANTISIMA VIRGEN MARIA MADRE DE DIOS QUE VINO A TIERRAS MEXICANAS HACE 488 AÑOS

MEXICANO CONOCE EL RELATO DEL NICAN MOPOHUA TRADUCIDO AL ESPAÑOL DE LA PRIMERA APARICIÓN DE LA REINA DEL CIELO EN TIERRAS MEXICANAS...
Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre
los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien
se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de
diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural
de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco.

Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. al llegar
junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto
de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el
monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL
y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan.

Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás
sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron
dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?"
Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto
celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba
del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".

Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy
contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio
a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.

Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era
radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores,
semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris.
Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de
esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.

Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima
mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió:
"Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir cosas divinas,
que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".
Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más
pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios
por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.

Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor,
compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros
juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí
confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás
cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un
templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.

Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho
que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que
ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo".
Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por
ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo" Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió
a la calzada que viene en línea recta a México.
Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que
era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga,Religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a
anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo
que entrara.

Luego que entro, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora
del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su
recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y t e oiré más
despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has
venido".
Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

LA 2o. APARICION FUE EN LA TARDE DEL MISMO DIA

En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del
Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.
Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía,
fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el
asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió
benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo
por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el
deseo y voluntad con que has venido..."
Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás
invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya;
por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales,
conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque
yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy
gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar
por donde no ando y donde no paro.
Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía". Le
respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son
muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y
hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con
tu mediación se cumpla mi voluntad.
Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana
a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que
poner por obra el templo que le pido.
Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”.
Respondió Juan Diego: ”Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré
a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.
Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me
creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo
que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora.
Descansa entre tanto”.
Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió
de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse en las cosas divinas y estar presente
en la cuenta para ver enseguida al prelado.
Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el
gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo
empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y
lloró al exponerle el mandato de la Señora de Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la
voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.
El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él
refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella
y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen
Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo
que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era
muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora
del Cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que
pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo
que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió.
Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran
siguiendo y vigilando a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino
derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del
puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le
vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les
estorbó su intento y les dio enojo.
Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más
le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía
y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con
dureza, para que nunca más mintiera y engañara.
Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del
señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana
para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso e creerá y acerca de esto ya no
dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y
cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”